El 5 de diciembre de 1791 fallecía en Viena, con apenas 35 años, Wolfgang Amadeus Mozart, uno de los pilares fundamentales de la música occidental. Su legado, que abarca más de 600 obras maestras, sigue siendo referencia obligada en conservatorios y salas de concierto de todo el mundo.
Nacido el 27 de enero de 1756 en Salzburgo, Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart mostró talento para la música prácticamente desde la cuna. A los tres años ya tocaba el clavicémbalo, a los cinco componía pequeñas piezas y a los seis debutó ante la corte imperial de Viena.
Su padre, Leopold Mozart, violinista y pedagogo reconocido, vio pronto el potencial comercial y artístico del pequeño. Entre 1762 y 1773 la familia emprendió largas giras por las principales cortes europeas: Múnich, París, Londres, La Haya y varias ciudades italianas. En Londres, el niño —con apenas ocho años— improvisó sobre temas de Haendel ante Jorge III. En esa misma gira, ya en Italia, fue reconocido con la Orden de la Espuela de Oro del papa Clemente XIV.
La ruptura con Salzburgo y la búsqueda de libertad
De regreso a Salzburgo en 1773, Mozart entró al servicio del príncipe-arzobispo Hieronymus Colloredo como concertino. Las condiciones laborales y la falta de reconocimiento lo asfixiaron, y —también motivado por su particular carácter, la verdad sea dicha— en 1781, tras una discusión violenta, fue literalmente expulsado a patadas del palacio arzobispal.
“Si el emperador me quiere, que me pague, pues sólo el honor de estar con él no me alcanza”
Se instaló entonces en Viena como uno de los primeros músicos independientes de la historia. Sin mecenazgo fijo, vivió de conciertos, clases, suscripciones y encargos. Fue en esta década final donde produjo sus obras más revolucionarias.
La madurez vienesa: óperas que cambiaron el género
Entre 1782 y 1791 compuso sus grandes óperas en colaboración con el libretista Lorenzo Da Ponte:
Las bodas de Fígaro (1786)
Don Giovanni (1787)
Così fan tutte (1790)
A estas se sumó la obra maestra en lengua alemana La flauta mágica (Die Zauberflöte), estrenada en 1791, apenas tres meses antes de su muerte, y el inconcluso Réquiem, que se convertiría en leyenda.
En el terreno sinfónico destacan las últimas seis sinfonías, especialmente la nº 40 en sol menor y la nº 41 “Júpiter”, ambas de 1788. Sus conciertos para piano —particularmente del nº 20 al 27— y los quintetos de cuerda elevaron esos géneros a cumbres jamás igualadas.
Se suele decir que el genio vienés nació con ese talento para la música, pero la realidad es que toda su —tristemente breve— vida se esforzó y abrazó con dedicación suprema el arte de los sonidos. Así lo refleja una de sus frases célebres:
“Es un error pensar que la práctica de mi arte se ha vuelto fácil para mí. Le aseguro, querido amigo, nadie estudia tanto como yo.”
Una muerte envuelta en misterio
Con poco antes de cumplir 36 años, y con la salud muy deteriorada, el 5 de diciembre de 1791, tras semanas de fiebre reumática y debilitamiento extremo, Mozart falleció en su domicilio de la Rauhensteingasse, en Viena. Fue enterrado en una fosa común del cementerio de St. Marx, según la costumbre austríaca de la época para quienes no podían costear sepultura individual.
Las teorías sobre envenenamiento orquestado por su archirrival, el compositor italiano Antonio Salieri, han sido desmentidas por la investigación histórica moderna, aunque alimentaron novelas, obras de teatro y la célebre película Amadeus (1984) del aclamado director checo-estadounidense Miloš Forman.
Influencia que atraviesa siglos
La huella de Mozart es inabarcable. El mismísimo Ludwig vanBeethoven lo admiró profundamente y tomó su legado como punto de partida que abrió paso al movimiento llamado clasisismo tardío o prerromanticismo. Otros célebres compositores europeos como Chopin, Schubert, Brahms y Mahler bebieron de su claridad formal y expresividad. Ya en el siglo XX, Igor Stravinski lo reivindicó como modelo de claridad compositiva y exquisita precisión musical.
Hoy sus sonatas forman parte del repertorio básico de todo pianista, sus óperas se representan sin interrupción en todo teatro del planeta, y sus conciertos para instrumento solista siguen siendo prueba de fuego para virtuosos. Las academias de música de todo el mundo mantienen sus partituras como canon imprescindible.
A 234 años de su partida, la risa infantil que asombró a Europa sigue resonando en cada sala de conciertos, recordatorio de que el genio, cuando es auténtico, no envejece jamás.
A los 46 años, el 30 de noviembre de 1900, moría en una modesta habitación del Hotel d’Alsace de París el escritor que había sido la voz más brillante y provocadora de la Inglaterra victoriana. Exactamente 125 años después, su figura sigue encarnando el choque entre genio, belleza y castigo social.
Wilhelm Furtwängler, fallecido el 30 de noviembre de 1954, se erige como una figura emblemática de la dirección orquestal del siglo XX. Su interpretación apasionada de la música romántica lo convirtió en un referente, aunque su permanencia en Alemania durante el nazismo generó debates eternos sobre ética y arte.
En 1929, René Magritte pintó un lienzo que, casi un siglo después, sigue siendo una de las imágenes más reproducidas y citadas del arte moderno: una pipa perfectamente dibujada acompañada de una frase manuscrita contradictoria. Esta obra se ha convertido en el manifiesto visual de la filosofía de Magritte y en un hito del surrealismo conceptual.