En plena Guerra Civil, cuando el régimen franquista amenazaba con silenciar voces de libertad, un puñado de bibliotecarios solidarios, distribuidos por Europa y América, se movilizó para proteger la memoria republicana. Montaron una red —bautizada como “Bibliotecarios Unidos”— que ayudó a exiliados españoles a conservar libros, revistas y documentos esenciales, manteniendo viva la llama intelectual del exilio.
Estos bibliotecarios activaron redes de solidaridad que trascendieron fronteras: en Francia, México, Argentina y Estados Unidos se organizaron campañas discretas para catalogar, distribuir y salvaguardar el legado cultural devastado por la guerra. Su labor fue fundamental no solo para preservar textos fundamentales, sino también para reconstruir el entramado cultural republicano fuera de la península ibérica.

Gracias a ellos, figuras como Tomás Navarro Tomás —exdirector de la Biblioteca Nacional y miembro clave del salvataje bibliográfico— continuaron su obra intelectual en el exilio, en universidades como la Universidad de Columbia, ayudando a dar forma al canon cultural en países receptores.
La historia de “Bibliotecarios Unidos” nos recuerda que las bibliotecas no son solo lugares de almacenamiento de libros: son bastiones de identidad, resistencia y memoria. En tiempos de represión, estos profesionales tejieron vías que permitieron la continuidad del pensamiento crítico y la cultura democrática.
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