“La edad infinita": un exilio interior como novela de aprendizaje

“La edad infinita": un exilio interior como novela de aprendizaje

Con La edad infinita, Miriam Reyes incursiona en la prosa narrativa con audacia y hondura, en una obra que se inscribe entre la novela de formación, el relato de migración y la confesión íntima de una identidad fragmentada. Un libro que marca un punto de inflexión en su trayectoria literaria.


 

Sinopsis y arquitectura narrativa

La editorial Tránsito describe la novela como «una novela de aprendizaje, confesión de amor a un país de acogida y testimonio de duelo por el paraíso perdido». 

La historia se introduce en 1983, cuando una niña de ocho años emprende un viaje en avión que la lleva de Galicia a Venezuela. En ese tránsito se abre un mundo radicalmente distinto: ella se empeña en pertenecer, pero encuentra en la distancia y la alteridad un campo de pruebas difícil. Sus referentes desaparecen y deviene extranjera, incluso en el lugar de acogida. Con el paso del tiempo, vive las contradicciones de amar una tierra que también fue escenario de violencia, crisis y desencanto. La narradora adulta mira hacia atrás para reconstruir ese paso: reconstruir para entender, para nombrar lo que fue antes y lo que quedó en suspenso. 

La novela se enfoca en el “yo” migrante: un yo que se repliega, se disgrega y busca recomponerse con fragmentos dispersos. No es estrictamente una memoria: Reyes insiste en que es ficción; sin embargo, la frontera entre lo vivido y lo imaginado se vuelve porosa, y se acerca a lo autobiográfico. 

 

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El título —La edad infinita— sugiere esa presencia persistente de una edad personal como marca indeleble, un momento primigenio al que la narradora volverá una y otra vez, como si el trauma, el asombro y la búsqueda de identidad no se desligaran jamás. En entrevista, Reyes señala que:

“La edad infinita de cada uno es la edad del trauma, o del primer trauma. Es fácil que te quedes ahí… cada vez que algo se rompe, te quedas desvalida”. 

 

La escritura, aun en prosa, mantiene ecos poéticos: pulsa el ritmo, el silencio, las elipsis, las yuxtaposiciones y los matices del lenguaje. En su diálogo con la narradora infantil, la voz adulta interviene con reflexiones, vacilaciones o preguntas que tiñen el relato de una melancolía contemplativa.

 

Logros y aspectos positivos

  1. Tensión entre memoria y ficción
    Reyes maneja con destreza el equilibro entre verdad y metáfora. La condición migrante no se reduce a una dicotomía geográfica: opera también como dispositivo interior de extrañamiento. Esa tensión da espesor al relato.
  2. La voz y su resonancia poética
    La transición a la narrativa no ignora su herencia lírica. Hay momentos en que la frase es mínimamente densa, incluso como un eco de verso. No se trata de adornar con florituras, sino de llevar la precisión del poema al ritmo narrativo.
  3. Contexto histórico y social
    El año 1983 es significativo: Venezuela, que había sido un destino de migrantes, comienza a enfrentar crisis económicas y desequilibrios, lo que hará que la tierra de acogida exprese su fragilidad. En ese marco, la migración no es una hazaña heroica sino una pulsión puesta a prueba. 
  4. Ambigüedad y preguntas más que certezas
    La novela no busca cerrar heridas con respuestas definitivas. Más bien propone preguntas, tensiones, silencios. La identidad no se consolida, se interroga.

 

Lo que podría potenciarse

  • En ciertos tramos, la acumulación de introspección puede ralentizar el ritmo; algunos lectores podrían desear más concreción narrativa, más escenas que respiren fuera del plano reflexivo.
  • La voz de la narradora adulta a veces impone una distancia que compite con la voz de la niña, lo que podría generar una tensión de tono difícil de sostener si el lector no acepta esos desplazamientos.
  • Algunos elementos contextuales —la Venezuela de los ochenta, ciertos episodios sociales— están insinuados más que desarrollados; quienes no tengan familiaridad con ese trasfondo podrían requerir pistas más densas.

 

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Sobre la autora: biografía y mirada poética

Miriam Reyes nació en Ourense, Galicia, en 1974. A los ocho años emigró con su familia a Venezuela, donde creció e hizo parte de su formación intelectual. Más tarde se trasladó a España, donde vive su escritura. 

Su obra hasta ahora se había centrado en la poesía. Ha publicado títulos como Espejo negro (2001), Bella durmiente (2004), Desalojos (2008), Haz lo que te digo (2015), Prensado en frío (2016), Sardiña (2018) y otros, además de aparecer en antologías y explorar formatos multimedia desde 2001. 

En 2025 fue galardonada con el Premio Nacional de Poesía por su libro Con (publicado en 2024), reconocimiento que sitúa su voz poética entre las más destacadas del presente. 

La transición a la narrativa con La edad infinita representa un giro notable: no abandonar la poesía, sino expandir sus fronteras. En entrevistas Reyes ha dicho que no intentó escribir prosa “poética”, sino que necesitaba contar esta historia en esa forma, aunque la palabra, el ritmo y la elección musical del lenguaje siguieran siendo esenciales. 

Ella misma reconoce que el proyecto le exigió trabajar frase por frase, revisando cada línea casi como si fuera verso: una manera lenta, laboriosa, pero ajustada al pulso íntimo del relato. 

 

En el panorama literario

Reyes pertenece a una generación que cruza el lenguaje lírico con otras formas narrativas, que entiende la poesía como modo de pensar, no solo de embellecer. Su obra se ha ido desplegando multimodalmente (recitales, poesía audiovisual). Su salto a la novela apenas sugiere un nuevo ámbito posible: el de la confesión expandida, el cruce entre voces y la profundización ética de la palabra.

La edad infinita se sitúa como una novela de tránsito: entre tierras, entre edades, entre voces. En esos intersticios reside su potencia para lectores que no solo buscan historias, sino interrogaciones sobre pertenencia, pérdida y memoria.

 

 

 

 

Con información e imágenes de:

elgeneracionalpost.com

www.20minutos.es

editorialtransito.es